LA GUERRA DE TROYA

La Iliada de Homero



No fue sino después del descubrimiento de las ruinas de Troya en Turquía, por el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann que la famosa guerra de Troya dejó de ser un relato mitológico y pasó a ser historia. Fue la más importante de las expansiones micénicas y resulta un misterio el motivo por el cual los aqueos, luego de haber dominado a Troya no se hayan asentado en las tierras conquistadas.

La Iliada, la obra cumbre de la épica universal y la más antigua de la literatura occidental narra los hechos heroicos de los aqueos dirigidos por Agamenón, el rey de Micenas en contra de los troyanos. El titulo de la obra deriva de la palabra “Ilión”, nombre dado por los griegos a Troya. Atribuida a Homero, fue posiblemente escrita en el signo VII a.C., es decir varios siglos después de la supuesta guerra contra Troya.

El poema canta el último año de la guerra y empieza con la cólera de Aquiles, héroe griego, hijo del rey Peleo y la nereida Tetis. Éste ofendido por Agamenón quién lo había despojado de una esclava troyana de nombre Briseida se retira de la contienda.



La pasividad de Aquiles, el de los pies ligeros, trajo como consecuencia graves derrotas para los griegos, hasta que el príncipe troyano Héctor, el matador de hombres, da muerte a su amigo Patroclo, quien llevaba puesta su armadura. En venganza, Aquiles regresa a la lucha y tras aniquilar a Héctor en singular combate, lo amarra a su caballo de guerra y lo pasea humillantemente ante las murallas de Troya por doce días. El rey Príamo, en uno de los pasajes más hermosos de la Iliada, ruega por la devolución del cuerpo de su hijo. La obra termina con el funeral del héroe troyano.


“…El gran Príamo entró sin ser visto, acercóse a Aquiles, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos. Como quedan atónitos los que, hallándose en la casa de un rico, ven llegar a un hombre que, poseído de la cruel Ofuscación, mató en su patria a otro varón y ha emigrado a país extraño, de igual manera asombróse Aquiles de ver al deiforme Príamo; y los demás se sorprendieron también y se miraron unos a otros. Y Príamo suplicó a Aquiles, dirigiéndole estas palabras:
Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizá los vecinos circunstantes le oprimen y no hay quien te salve del infortunio y de la ruina; pero al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diez y nueve procedían de un solo vientre; a los restantes diferentes mujeres los dieron a luz en el palacio. A los más el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí, pues defendía la ciudad y sus habitantes, a ése tú lo mataste poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor, por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero, respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos.
Así habló. A Aquiles le vino deseo de llorar por su padre; y, asiendo de la mano a Príamo, apartóle suavemente. Entregados uno y otro a los recuerdos, Príamo, caído a los pies de Aquiles, lloraba copiosamente por Héctor, matador de hombres; y Aquiles lloraba unas veces a su padre y otras a Patroclo; y el gemir de entrambos se alzaba en la tienda. Mas así que el divino Aquiles se hartó de llanto y el deseo de sollozar cesó en su alma y en sus miembros, alzóse de la silla, tomó por la mano al viejo para que se levantara, y, mirando compasivo su blanca cabeza y su blanca barba, díjole estas aladas palabras:
‑¡Ah, infeliz! Muchos son los infortunios que tu ánimo ha soportado. ¿Cómo osaste venir solo a las naves de los aqueos, a los ojos del hombre que te mató tantos y tan valientes hijos? De hierro tienes el corazón. Mas, ea, toma asiento en esta silla; y, aunque los dos estamos afligidos, dejemos reposar en el alma las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha. Los dioses destinaron a los míseros mortales a vivir en la tristeza, y sólo ellos están descuitados. En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en el uno están los males y en el otro los bienes. Aquél a quien Zeus, que se complace en lanzar rayos, se los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y otras con la buena ventura; pero el que tan sólo recibe penas vive con afrenta, una gran hambre le persigue sobre la divina tierra y va de un lado para otro sin ser honrado ni por los dioses ni por los hombres. Así las deidades hicieron a Peleo claros dones desde su nacimiento: aventajaba a los demás hombres en felicidad y riqueza, reinaba sobre los mirmidones, y, siendo mortal, le dieron por mujer una diosa. Pero también la divinidad le impuso un mal: que no tuviese hijos que reinaran luego en el palacio. Tan sólo engendró uno, a mí, cuya vida ha de ser breve; y no le cuido en su vejez, porque permanezco en Troya, muy lejos de la patria, para contristarte a ti y a tus hijos. Y dicen que también tú, oh anciano, fuiste dichoso en otro tiempo; y que en el espacio que comprende Lesbos, donde reinó Mácar, y más arriba la Frigia hasta el Helesponto inmenso, descollabas entre todos por tu riqueza y por tu prole. Mas, desde que los dioses celestiales te trajeron esta plaga, sucédense alrededor de la ciudad las batallas y las matanzas de hombres. Súfrelo resignado y no dejes que de tu corazón se apodere incesante pesar, pues nada conseguirás afligiéndote por tu hijo, ni lograrás que se levante, antes tendrás que padecer un nuevo mal…”

Según la mitología la guerra de Troya había tenido su origen nueve años antes, cuando París, hijo de Príamo, rey de Troya rapta la esposa de Menéalo. Agamenón, rey de Micenas y hermano de Menéalo convoca a todos los héroes griegos a una guerra que duró diez años. Esta termina con la leyenda del caballo de madera, ideado por Odisea o Ulises. Los griegos simulan retirarse con sus naves de las costas troyanas, dejando un gigantesco caballo, el cual es arrastrado por los troyanos al interior de sus murallas como trofeo de guerra. En la noche y tras celebrar la supuesta victoria, los griegos escondidos dentro del animal, salen e incendian la ciudad.
Es necesario anotar que durante todo el poema la vida, triunfos y derrotas tanto de los griegos como de los troyanos están en manos de los dioses, los cuales igualmente se dividieron en dos bandos, unos apoyaban a los troyanos y otros a los aqueos. En este particular, incluso se discute sobre la moralidad de los dioses quienes manejaban como marionetas los destinos de los hombres. En el canto XIV, por ejemplo, llamado “El engaño de Zeus”. La diosa Hera seduce a Zeus y luego de hacer el amor en una nube dorada, lo hace dormir para lograr que sus protegidos ganen ventaja en la lucha. Este episodio fue rudamente criticado por Platón en su obra “La República” En el canto XX “La batalla de los dioses” Zeus retira la orden de no intervención y los dioses pueden ayudar libremente a los héroes de su preferencia. Es característico igualmente de la obra Homérica el uso de las figuras literarias de las metáforas y símiles en las cuales se comparan dos o más cosas entre sí.