Un personaje emblemático de la época gótica fue Juana de Arco, la Doncella de Orleáns nacida el 6 de enero de 1412 en la aldea de Domrémy, en la provincia de Lorena, Francia. Así como las cúpulas de las catedrales se alzaban en la búsqueda de Dios y los grandes vitrales dejaban penetrar una luz que iluminaba los espíritus de los fieles, Juana de Arco representó en su momento, esa luz tan ansiada por los franceses, agobiados por una interminable guerra con Inglaterra.
Desde los tiempos de Leonor de Aquitania, los reyes de Inglaterra habían logrado reunir varios de los mayores ducados de Francia: Aquitania, Poitiu, Bretaña… Eran supuestos vasallos del rey galo, aunque de hecho, estos vasallos habían pasado a ser más poderosos que el señor. Los intentos de Francia por recuperar los territorios perdidos precipitaron uno de los más largos y sangrientos conflictos de la historia de la humanidad: la Guerra de los Cien Años, que duró en realidad 116 y produjo millones de muertos y la destrucción de casi toda la Francia septentrional
Juana de Arco, a pesar de su sexo y su humildad, sin saber leer o escribir, sólo con su gran fe en Dios y su inquebrantable lealtad hacia el Rey Carlos VII logró liderizar el ejército real a los fines de expulsar a los ingleses del suelo francés. Sus triunfos en la toma de Orleáns y la batalla de Patay, principalmente, llevaron a la posterior coronación de Carlos VII.
Juana desde los trece años oía voces, que ella atribuía fundamentalmente a San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita, las cuales la llamaban a salvar a Francia. En sus momentos de mayor dificultad, fueron estas voces las que la guiaban y le daban, cuando era necesario, palabras de consuelo.
A Juana la favoreció una profecía de María de Avignon, según la cual “… una mujer causaría la perdición de Francia y una doncella de Lorena la salvaría…”
En 1428, a los pocos meses de la toma de Orleáns por los ingleses, Juana se presenta ante el ejercito francés; el entonces Delfín Carlos, luego de haberla confrontado con varios teólogos, le confía el mando de 5000 hombres, con los cuales levanta el cerco de Orleáns y realiza una campaña victoriosa que conduce a la coronación del Delfín en Reims.
En su campaña militar, debe exaltarse la profunda transformación que generó en los soldados, una tropa desmoralizada y sin ningún compromiso de lucha a favor de Carlos VII. A través de la fe y de la oración Juana logró lo impensable en muy poco tiempo: Que los soldados asumieran el desafío de la toma de Orleáns con una nueva actitud, la creencia de una Francia libre.
Su fama empezó a extenderse en toda Francia y allende de los mares, y llegó incluso a sufrir heridas de guerra de las cuales se restableció. Pero Juana fue traicionada por los borgoñeses en mayo de 1430 y entregada a los ingleses.
Sometida a innumerables atropellos y a un proceso inquisitorio por herejía absolutamente viciado fue declarada culpable de hechicería y condenada a la hoguera. Juana se retractó en un principio de haber oído las voces místicas, pero luego recusó la abjuración y confirmó el origen divino de las voces, por lo que fue quemada el 30 de mayo de 1431 en la plaza de Ruan, Juana murió a los 19 años.
Posteriormente en el año 1456, fue rehabilitada por el Papa Calixto III. Considerada una mártir y convertida en el símbolo de la unidad francesa, fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920, año en que Francia la proclamó su patrona.
Desde los tiempos de Leonor de Aquitania, los reyes de Inglaterra habían logrado reunir varios de los mayores ducados de Francia: Aquitania, Poitiu, Bretaña… Eran supuestos vasallos del rey galo, aunque de hecho, estos vasallos habían pasado a ser más poderosos que el señor. Los intentos de Francia por recuperar los territorios perdidos precipitaron uno de los más largos y sangrientos conflictos de la historia de la humanidad: la Guerra de los Cien Años, que duró en realidad 116 y produjo millones de muertos y la destrucción de casi toda la Francia septentrional
Juana de Arco, a pesar de su sexo y su humildad, sin saber leer o escribir, sólo con su gran fe en Dios y su inquebrantable lealtad hacia el Rey Carlos VII logró liderizar el ejército real a los fines de expulsar a los ingleses del suelo francés. Sus triunfos en la toma de Orleáns y la batalla de Patay, principalmente, llevaron a la posterior coronación de Carlos VII.
Juana desde los trece años oía voces, que ella atribuía fundamentalmente a San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita, las cuales la llamaban a salvar a Francia. En sus momentos de mayor dificultad, fueron estas voces las que la guiaban y le daban, cuando era necesario, palabras de consuelo.
A Juana la favoreció una profecía de María de Avignon, según la cual “… una mujer causaría la perdición de Francia y una doncella de Lorena la salvaría…”
En 1428, a los pocos meses de la toma de Orleáns por los ingleses, Juana se presenta ante el ejercito francés; el entonces Delfín Carlos, luego de haberla confrontado con varios teólogos, le confía el mando de 5000 hombres, con los cuales levanta el cerco de Orleáns y realiza una campaña victoriosa que conduce a la coronación del Delfín en Reims.
En su campaña militar, debe exaltarse la profunda transformación que generó en los soldados, una tropa desmoralizada y sin ningún compromiso de lucha a favor de Carlos VII. A través de la fe y de la oración Juana logró lo impensable en muy poco tiempo: Que los soldados asumieran el desafío de la toma de Orleáns con una nueva actitud, la creencia de una Francia libre.
Su fama empezó a extenderse en toda Francia y allende de los mares, y llegó incluso a sufrir heridas de guerra de las cuales se restableció. Pero Juana fue traicionada por los borgoñeses en mayo de 1430 y entregada a los ingleses.
Sometida a innumerables atropellos y a un proceso inquisitorio por herejía absolutamente viciado fue declarada culpable de hechicería y condenada a la hoguera. Juana se retractó en un principio de haber oído las voces místicas, pero luego recusó la abjuración y confirmó el origen divino de las voces, por lo que fue quemada el 30 de mayo de 1431 en la plaza de Ruan, Juana murió a los 19 años.
Posteriormente en el año 1456, fue rehabilitada por el Papa Calixto III. Considerada una mártir y convertida en el símbolo de la unidad francesa, fue beatificada en 1909 y canonizada en 1920, año en que Francia la proclamó su patrona.